lunes, 14 de abril de 2014

SUENA LA CAMPANA



A veces me siento como el boxeador, que con el último gancho al mentón, busca aire donde no lo hay; porque los pulmones no reaccionan y el corazón bombea más lento de lo que realmente necesitas. Cuando esto pasa, normalmente, me refugio en ese mundo de tinieblas donde las sombras son tus amigas y tus consejeras. Y es cuando pienso en el viejo Poe en su destartalado cuarto esperando la visita de su fiel compañero de infortunio: el cuervo que picotea con insidia el cristal de la ventana para poder entrar. Un compañero que a todos nos persigue, incluso a los que tienen la guardia alta.
No importa que seas un gran púgil, porque, lamentablemente, siempre te encontrarás con alguien mucho mejor que tú, que leerá en ti algún defecto en tu guardia perfecta (según tú) y que aprovechará para noquearte de un certero golpe que aparecerá de la nada. Y será en esos momentos, que buscas con desesperación llenar los pulmones porque no deseas por nada del mundo besar la lona, cuando debes estar más tranquilo; porque en tu fuero interno te engañas diciéndote que sólo ha sido un golpe de suerte, sólo eso, porque tu combate continúa y tu adversario te sigue estudiándote con malicia, con hambre de ti.

En esos instantes de duda, cuando todo lo aprendido te sugiere, incluso te suplica que te retires, es cuando debes seguir luchando hasta que escuches la campana y con su dulce sonido metálico podrás regresar maltrecho a tu rincón y lamerte las heridas hasta el siguiente round en el que te dejarás la piel, no porque debas, ni siquiera porque sea lo que tus músculos te pidan, simplemente lo harás porque es ya tu inercia, tu forma de ser, tu pájaro de mal agüero. 

HOY SERÉ FELIZ

Cuando nos levantamos de la cama pensamos: hoy será un buen día. Nos aseamos, pensamos que todo va bien y entonces algo sucede. Nos damos cuenta que el despertador sonó una hora antes, que la cafetera está rota, que el cordón del zapato derecho desapareció por arte de magia. Que todo lo malo que le puede pasar a un hombre o a una mujer te está pasando a ti sin tú desearlo. En ese momento maldices por lo bajo, porque es de muy mala educación decir lo que realmente piensas y por eso no lo haces. Te callas, mordisqueas unas tostadas frías como si fuese un tiburón blanco. Bajas las escaleras intentando, y digo intentando porque es casi imposible sortear los orines de los perros, las colillas de los fumadores y la suciedad que la señora de la limpieza nunca limpiará porque hace tres meses la despedisteis. Subirás a tu coche y no arrancará, lo volverás a intentar y después de unos cinco intentos y salva de insultos que esta vez sí has pronunciado en voz alta te podrás en marcha. Llegarás al trabajo, con el sudor dibujado en la camisa, así que mejor no te la quitarás, no quieres parecer irrespetuoso con nadie. Tu jefe, un cretino que te odia porque eres más guapo que él y en las fiestas de la oficina todas las secretarias revolotean ante ti te ordenará que te sientes, porque los jefes no tienen y pretende tener educación. Te cuenta algo que no quieres escuchar porque aún recuerdas el tener que bajar por el ascensor, el cordón del zapato, la tostada fría, el café aguado, los recordatorios a tu madre, etc. Le dices a todo que sí como si tu gen nipón fuese a marchar forzadas, para darte cuenta que en realidad te está despidiendo, te levantas, vacías tu mesa y te casas, esta vez sí, está permitido: ¡en su puta madre!, porque la señora en cuestión será una santa, pero su hijo es un hijo de perra. Sale de la oficina, con ganas de matar a alguien o en su defecto matarte con un mondadientes, a falta de espada samuraí para hacerte un sepuku. Tu gen nipón sigue haciendo de las suyas. En la calle lo primero que haces es liarte un cigarro y fumarlo con nerviosismo. La nicotina te calmará, los cojones te dices, pero ya da lo mismo porque tus pulmones están llenos de nicotina y la colilla en el suelo. Ya más calmado deseas llamar a tu mujer y decirte el regalito de Navidad anticipado, pero piensas que mejor será en persona, así ella aprovechará para decirte lo inútil y fracasado que eres, lo torpe... Lo reproches que llevas oyendo desde la noche de bodas. Te lías otro y vas a un contenedor, el más cercano y tiras la maldita caja con el longo sonriente de la compañía: que se jodan, piensas mientras unos pordioseros se pelean por tu grapadora. La vida piensas es una mierda, pero luego te dije, cómo que es una mierda. No La cosas cambiaran, hace un día estupendo, la ciudad apesta, pero yo me siento bien, me he librado del pesado de mi jefe, de un trabajo que odiaba y de algo mucho mejor, de tanta mierda como llevaba a las espaldas. Ahora me es la mía. Me comeré el día y pensaré en positivo, y a mi mujer si no le gusta que me hayan despedido, pues que se joda. Este es mi momento. Me planto en medio de la calle y grito todo lo que me dan los pulmones: ¡JÓDETE MUNDO PORQUE HOY SOY FELIZ!